Pero hay hojas que caen.
Aunque se aferren a la rama, a su madre que las vió nacer.
Se agarran con todas su patitas, hasta que se oye un ligero -cric- y se van presas del viento.
Si tienen suerte, tal vez aterricen en un lago, en un charco.
Y podrán beber, pero no saborear.
Así de triste y ordinaria es su condena. Tan parecida a la nuestra.
-melissa i.
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ellos murmuran y ladran.